El
acuerdo de tregua en nuestras condiciones no puede depender
sólo de los actores armados, ni de la lógica
de la guerra, sino de los intereses del conjunto de la población,
de la situación de las víctimas, de la acumulación
política y social en demanda de la paz, del acompañamiento
y la presión de la comunidad internacional. La tregua
no puede ser un acuerdo sólo ni principalmente de tópicos
militares, sino resolver con urgencia el abordaje de compromisos
en derechos humanos, derecho internacional humanitario y de
otros temas avanzados en la negociación, como es sin
duda el tema social, para buscar la participación de
la sociedad y el rescate de la legitimidad y la credibilidad
del mismo proceso de paz.
La
zona desmilitarizada, de despeje o distensión con las
FARC, constituye de por sí un acuerdo parcial en términos
territoriales y temporales de cese al fuego; en igual perspectiva
se plantea conseguir la zona de encuentro con el ELN; las
declaratorias de comunidades y territorios de paz buscan la
neutralización militar y constituyen a la luz del DIH
localidades no defendidas, contra las que no deben realizarse
ataques; las acciones humanitarias, su personal y dispositivos,
en lo cual ya se cuenta con importante experiencia, deben
fortalecerse y especificarse para su amplia actuación
en el contexto de la tregua.
El
Encuentro Internacional realizado en el año 2000 en
Costa Rica, por iniciativa de la Convergencia Paz Colombia,
permitió a las organizaciones civiles participantes
proponer a las partes convenir un período de cien días
de suspensión de las operaciones ofensivas, para ofrecer
garantías y un ambiente propicio; el Acuerdo de los
Pozos, posteriormente, retomó el tema del cese al fuego
y a las hostilidades y el Gobierno nacional y las FARC han
intercambiado propuestas. Y tanto las FARC como recientemente
el ELN, durante estos tres años de conversaciones,
han declarado de nuevo en determinados momentos, treguas o
ceses al fuego unilaterales y temporales, de nuevo como gesto
político de facilitación al proceso.
El
intercambio de propuestas sobre cese al fuego y las hostilidades
entre el Gobierno nacional y las FARC debe trascender a un
lugar prioritario y vincularse a acuerdos parciales que retomen
tanto lo antes argumentado como resultados concretos de esta
primera fase de conversaciones, lo cual pone de presente la
grave crisis social y la necesidad de enviar señales
positivas desde los esfuerzos por la paz en materia laboral
y de políticas sociales.
LA
TREGUA PROPUESTA ENTRE EL GOBIERNO Y LAS FARC
Superada
la mayor crisis en los diálogos con las FARC, asistimos
a la posibilidad, real y pronta, de que se suscriba una tregua
con este movimiento insurgente, gracias a la afortunada gestión
facilitadora de la ONU y del grupo de países amigos
del proceso. Sin embargo, la brevedad de tiempo acordado,
la inclinación de sectores a la guerra, la inestabilidad
política y la ofensiva guerrillera inmediatamente desatada,
colocan en riesgo tal posibilidad.
El
informe de la llamada Comisión de Personalidades encargada
de entregar recomendaciones para desescalar el conflicto y
tratar el tema del paramilitarismo,, entregado en septiembre
de 2001, propuso entre otras medidas que la Comisión
Nacional de Diálogo y Negociación estudiara
la fórmula de suscribir una tregua bilateral. La comisión
argumentó el agotamiento del esquema de dialogar en
medio de la guerra y consideró imprescindible conseguir
la disminución progresiva de las hostilidades. Afirmó
en consecuencia que el carácter de las negociaciones
es eminentemente político y no militar y que en las
actuales condiciones constituye un contrasentido intentar
el desarrollo de las conversaciones sobre el presupuesto de
la intensificación de las acciones militares.
Su
propuesta es adoptar una tregua temporal de seis meses, prorrogable,
ordenar por las partes el cese de las acciones de guerra en
todo el territorio nacional y simultáneamente comprometerse
con el respeto a las normas del derecho humanitario, de manera
que se impidan los ataques contra la población y simultáneamente
se estudien mecanismos y propuestas para avanzar sobre bases
firmes hacia la solución política negociada.
De manera importante allí apareció la opción
de refrendar los consensos de reformas y cambios institucionales
para la paz, por vías como una nueva Asamblea Nacional
Constituyente y la convocatoria de un referendo. Y se incluyó
la conformación de un mecanismo de verificación
con participación de la comunidad internacional.
Posteriormente,
mediante el Acuerdo de San Francisco de la Sombra, en octubre
de 2001, el Gobierno nacional y las FARC expresaron que el
proceso de paz requería de acuerdos para disminuir
la intensidad del conflicto, invitaron a diversos sectores
para entregar aportes, se comprometieron con una nueva dinámica
y mencionaron el lugar destacado que podría desempeñar
ahora el Consejo Nacional de Paz.
El
nuevo Acuerdo de Los Pozos suscrito el 13 de enero de 2002
que comprometió la negociación inmediata de
los términos de la tregua bilateral para el cese al
fuego y a las hostilidades, coloca el próximo 7 de
abril como fecha límite en la cual las partes consigan
consensos, a partir de buscar disminuir la intensidad del
conflicto y de avanzar hacia acuerdos parciales, progresivos
y de aplicación inmediata. No obstante, la situación
sigue siendo particularmente tensa y cruzada de presiones
y circunstancias adversas.
Como
elemento positivo también se registra la reanudación
de las conversaciones con el ELN a partir del Acuerdo por
Colombia, suscrito en La Habana, con el Gobierno nacional
el pasado 24 de noviembre y con la realización de la
Cumbre por la Paz el 29 de enero. Si bien cada proceso tiene
su dinámica y sus ritmos; se requiere superar los escollos
que posibiliten la zona de encuentro y la realización
de la Convención Nacional propuesta por este movimiento
y cuyos resultados coinciden con los propósitos tanto
de la agenda sustancial como de la convocatoria de una Constituyente;
y resulta muy importante la perspectiva ya adoptada también
de acuerdos parciales, búsqueda del desescalamiento
de las hostilidades y el inicio de intercambios en el tema
de la tregua y el cese al fuego y a las hostilidades.
Asistimos
pues ahora al desafío de transitar en esta coyuntura
de la lógica de la presión y del desgaste militar,
como preámbulo a la acción política,
al de la recuperación del proceso de paz, entendido
como proceso político, como germen de gestación
de nuevos proyectos y nuevas opciones, de nuevos actores sociales
y políticos, en un contexto de recuperación
real de las garantías y del logro de compromisos a
tono con la deuda social, para conseguir los consensos que
fundamenten la recuperación definitiva de la paz. 
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